Un vaso de agua fresca

 

El cielo de veras no es este de ahora” – “Después” – Mario Benedetti

Antes de tocar el timbre dudó, pero lo hizo.

Nadie la atendía. La sed la estaba desesperando.

Pensó que si no era atendida rápidamente, se iría.

En realidad, no sabía bien que estaba haciendo allí, ni para que había ido.

Miró pasar un carro de botellero por la calle, pensó que hace unos días nomás, lo hubiera visto como un automóvil último modelo.

Hace unos días había empezado a ver todo de manera diferente.

Ella estaba hablando con aquel grupo de amigos, uno de ellos mostró un cuadro de su autoría que dejaba ver un camino arbolado, ella lo vio claramente, podía sentir el calor plácido del sol y el aire fresco.

En eso sintió aquel picazón extraño en el ojo, se rascó y una pequeña escama quedó adherida a su dedo.

Una lagaña”, pensó. La observó y la dejo caer en el piso.

Ante su sorpresa, ahora el cuadro ya no era visto por ella como un camino, sino que era un espiral voluptuoso y retorcido, un laberinto oscuro que no conducía a ninguna parte.

No hizo comentario, miró a sus amigos, a muchos los vio iguales, pero a otros los encontraba diferentes.

Vio que sus sonrisas, hasta hace un momento límpidas, se le mostraban llenas de dientes picados y con pegotes de comida.

Pestañeó dos o tres veces.

– ¿Qué te pasa? – le preguntaron asustados.

Al otro día la luz del instrumental óptico la hizo otra vez pestañear.

– Es un caso muy extraño- concluyó el oftalmólogo.

– ¿Pero qué puede ser?, siento que de a poco se me van saliendo esos pedacitos de piel y veo las cosas distintas a como las veía un segundo antes.

– En realidad es una especie de “muda ofídica” por el tipo de escamación, pero esto que es común en las serpientes, nunca lo había visto en los tejidos oculares, vamos a esperar el resultado del retinograma.

– ¿Pero es grave doctor? – insistió ella.

– Supongo que por los síntomas, el trastorno mayor es que a medida que se vayan desprendiendo las superficies escamadas, esto irá completando una retina con diferente manera de ver la realidad. Vamos a probar con estas gotas hasta que termine la mutación. En ese momento no puedo pronosticar como será su captación del mundo – definió el médico.

Las gotas no hicieron mayor efecto y la pequeña pérdida de las escamaciones, pasó a ser un problema constante y sistemático.

No hubiera sido grave sino se hubieran profundizado las diferencias en la visión de las cosas, así empezó a ver sus certezas como dudas, como aquel camino que no hace mucho lo veía tan claro, ahora había sido reemplazado por un espiral en dirección a ningún lado. Hoy veía a muchas personas de otra manera, por primera vez apareció en ella desconfianza. Ellos le hablaban de ovejeros alemanes bravíos y ella no lograba sino ver un perrito pekinés tembloroso.

Aquella tarde hablaba su amiga, con el gesto tan participativo y pluralista de siempre. Sintió que de su ojo caía una pequeña escama y con ella se caía la ropa de la mujer, la que quedó desnuda, con aire soberbio, con un lenguaje totalmente rebuscado.

Por primera vez la vio como una estatua antigua, hundiéndose entre un lote de arena, Miró al resto de los asistentes, muchos de ellos vestidos con camisa de trabajo y zapatillas, no pudo sino percibirlos como disfrazados para un corso inexistente.

Su visión le estaba haciendo daño. Esto le hacía ver, como negociados oscuros y nocturnos lo que le habían enseñado a entender como acuerdos.

Vio puteadas donde antes había sonrisas y las palmadas de ayer eran golpes dirigidos al mentón, con el puño cerrado.

Estaba con su pareja, con aquel que tanto le había aportado, amar y ser amado era una forma de reencontrarse con las certezas perdidas.

Se miró en el espejo del hotel haciendo el amor. Los espejos eran su obsesión. Sintió el cosquilleo en el ojo, entendió que otra breve escama se había soltado, ¿qué nueva visión le depararía?.

Quiso cerrar los ojos, no quiso verlo a él en el espejo por miedo a que su nueva forma de percibir las cosas le desnudara visiones desagradables.

No pudo evitarlo. Por curiosidad lo miró.

A través del espejo vio a un desconocido con pinta de funcionario, sus caricias eran un rictus, una técnica calculada. Lo sintió vacío de coraje para entregarse.

Lo vio vestirse, la ropa impecablemente limpia con la que él había ingresado no pudo verlas sino como viejas arpilleras sucias. Se despidieron.

Ella quiso refugiarse en lo que hasta ese momento la había hecho feliz, el sueño de poder cambiar algo, las ganas de redoblar sus esfuerzos para modificar el mundo.

Pero sentía que era ella la que cambiaba. No el mundo, sino ella.

Notó que los helados que hasta ayer le atraían, hoy no tenían sabor, que los gustos en las comidas o la marca de los cigarrillos había variado.

Los vinos que veneraba tanto como los espejos, no tenían el mismo gusto y que muchas de las cosas en que había creído se le caían a pedazos ante sus ojos con esas extrañas escamaciones.

Quiso hablarlo con él, ella creyó ser escuchada y empezó a decírselo, pero una escama más cayó y ya estaba completándose el círculo retiniano cuando ella lo vio hablando sin mover los labios. No pudo evitar entender que él se estaba escuchando a sí mismo y lloró.

Esto aflojó aún más las escamas que cayeron arrastradas por las lágrimas.

Ella vio sus caricias frías, calculadas, su porte intelectual y su exacerbado aire a los años setenta, él estaba vivo pero muerto. Se movía, respiraba y olía a vivo, pero muerto en ella.

Simuló dormir hasta que sintió los ronquidos de él.

Abrió los ojos despacio y lo vio dormido.

Lo observó, ahí estaba él que tantas cosas había movido en ella, hoy no era nada, Ni siquiera sería, tal vez, un recuerdo de los importantes.

Decidió despedirse de él con ternura, salvando mucho de lo bueno que hoy, sin saber explicar por que, estaba tan confuso.

Miró el cuerpo desnudo de él, empezó a acariciarlo suavemente, como se acaricia algo querido, a la segunda caricia cayó el último y breve pedazo de escama. El ciclo mudatorio había concluido.

Lo miró, vio como, antes sus caricias, la piel de éste se abría como páginas de un libro.

En las páginas se veían ilustraciones, fotos diversas.

Pero ella, quien en un principio recorrió con cariño aquellas páginas, notó de inmediato contradicciones severas entre las fotos y los textos complementarios.

Una hoja hablaba de los trabajadores y la cultura popular, y él estaba en la foto rodeado de personas peinadas a la moda, con libros en la mano, pero ella los asoció con cualquier otra cosa menos con lo anunciado en esa página.

En otra hoja hablaba de la participación y de otras cosas parecidas y la foto mostraba a los mismos de la imagen anterior, ocupando todos los espacios posibles dentro del plano de la fotografía.

En otra vio la foto de él con una gorrita a lo Guevara, y abajo decía “revolucionario”, ella por primera vez lo percibió como un niño jugando a hacer cambios, eso sí, hasta la horade la leche.

Dio vuelta la hoja y se vio a ella misma. Era ella, abajo estaba su nombre, pero distinta; como él en realidad la veía. Con tiempos de inexistencia, con los espacios en blanco proporcionales a cuando él no la necesitaba.

Se vio como un bombero que se prepara para, cuando haya un hipotético incendio, correr a apagar el fuego. No quiso seguir leyendo.

Sintió que aquel libro estaba demasiado cargado de contradicciones, sus ojos ya no podían leer correctamente esta edición.

Se vistió. En el pequeño espejo del baño vio sus ojos un poco más claros y un gran interrogante en su cara. Tuvo claro que estaba sola y tenía miedo.

Cuando fue a salir, él quiso detenerla. Pero ante sus ojos vio, con cierta piedad, como de él caían aquellas hojas, que no eran sino borradores que entremezclaban frases robadas a otro, pedazos de personalidad y modismos ajenos, fotos no sentidas como verdaderas.

Todo esto no era sino un pobre borrador de aquello que ella había creído como una gran novela.

Él insistió. Sabía que, como siempre, ella terminaría cediendo.

Ella salió. El portazo a él lo deshizo en hojas, en un rompecabezas de difícil reconstrucción de una mentira, de una mentira elaborada puntillosamente.

Afuera el mundo se presentaba como un signo de pregunta inmenso.

Todo era nuevo, por sonarle desconocido se presentaba amenazante.

Su única certeza era ella, el espejo le había devuelto la imagen tal cual era, con las ilusiones y los sueños de siempre, con ojos nuevos, no sólo en color y brillo, sino en la captación de las cosas.

Esa confianza en ella, le produjo andanadas de críticas por vacilante, independiente, por distraerse de los objetivos prioritarios.

Ella miró a sus críticos, los vio desnudos, poniendo cara de estar convencidos mientras un tren no previsto en sus análisis de la realidad, los embiste implacablemente.

No supo donde ir, no tenía confianza. ¿A quién contarle esta situación?.

Cuando pensó en aquella persona, ella sabía desde hacía un momento que sin querer pensaría en ella.

Así que dudó, dudó mucho. Pero caminó bajo el sol.

En un bar vio como algunos laburantes bebían cerveza o vino. Ella se sintió tentada por la transpiración de esos vasos, pero quería llegar a esa casa, a tocar con miedo aquel timbre.

¿Qué iba a buscar allí?. Cuantas cosas no entendía de su presencia en aquel lugar.

¿Qué iba a hacer?, había vivido entre la mentira, había creído en profecías falsas y en sueños inducidos por gente con insomnio.

Se estaba por ir cuando la puerta se abrió.

Aquella persona no necesitó preguntar, para ofrecerle un vaso de agua.

Tenía en claro que ella había llegado con sus ojos más claros, nada más que para eso: para beber un vaso de agua fresca.

Ella cuando vio el vaso de agua ya servida, preguntó: – ¿Cómo sabías?.

– Cuando se perdieron todos los gustos, el agua que no tiene gusto alguno los devuelve, así como un pájaro que vuela sin rumbo alguno es capaz de devolverlos cuatro puntos cardinales a un extraviado.

Ella entendió que después de aquel vaso de agua volvería a sentir el gusto por las buenas comidas y los mejores vinos. Vinos hechos con las más transparentes uvas de selector parrales.

Parrales plantados de verdad, no de mentira.